Hna. Mª José Lomo Montero
No es fácil olvidar el momento en que Jesús te llama a que dejes todo y le sigas.
Nací en Salamanca en 1960 en una familia de clase media, normal. Somos tres hermanos y yo soy la mayor. Estudié en el colegio de la Compañía de Santa Teresa de Jesús que marcó mucho mi vida, mi orientación en ella, y mi espiritualidad. Mi vida transcurría entre mi casa, el colegio, salir con las amigas, y las vacaciones con mis padres.
Yo no pensaba ser religiosa hasta la edad de los 16 años pero cuidaba mucho la relación con Dios ya que en las teresianas nos enseñaban a orar al estilo de la Santa, a tener a Jesús por amigo y compañero. Yo creo que comencé a orar por propia iniciativa a los 12 años. La oración comenzó a ser parte de mi vida y me fue cambiando poco a poco. Y de repente una amiga religiosa que me acompañaba me pregunto: y tú, ¿no has pensado ser religiosa? Esa pregunta me la hizo haciendo una visita a las Carmelitas Descalzas de Salamanca y me descolocó, caló y me lo comencé a plantear.
Fue en unos Ejercicios Espirituales cuando sentí la llamada, y en ese mismo momento le dije sí al Señor. Tenía 16 años. Pero aunque se escucha en un momento, el Señor va preparando la tierra para que la semilla pueda germinar. Luego a lo largo de la vida te vas dando cuenta de tantos detalles que unidos ayudan a dar sentido a todo. Y descubres eso que dice el salmo 138 que me gusta mucho “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente”
¿En dónde? Fue el siguiente paso. Me atraía el Carmelo por su vida entregada a la oración pero también conocía a mis monjas con las que me encontraba a gusto. Me decidí por la Compañía y me fui a los 19 años. Después del noviciado y comenzar a estudiar en Madrid y conocer la vida de los colegios, vi que no era mi lugar y sentí con más fuerza esa llamada que estaba en el fondo de mi corazón al Carmelo. Volví a “salir de mi casa por segunda vez” y aterrice en él.
El Carmelo me encanta por su sencillez, por su vida dedicada a la oración, una vida tan hacia dentro, una vida sólo para Dios. Me siento muy identificada con la espiritualidad carmelitana la siento como echa para mí. No es una vida fácil porque no es simplemente orar, vivir en silencio y compartir la vida con otras hermanas llamadas a lo mismo, sino ir dejando verdaderamente que Dios sea Dios en ti a través de todo.
Tuve que salir por tercera vez “de mi casa”, de la comunidad donde había entrado en Villa García de Campos porque la crisis de vocaciones y el planteamiento de las reestructuraciones hizo que mi comunidad decidiera dar el paso de repartirse por otras comunidades. Y así aterricé en Toro donde llevo ya 14 años” Esta experiencia fue difícil porque aunque conocía a las hermanas era empezar otra vez de nuevo. Los cambios ayudan a desarraigarte de muchas cosas, a dar menos importancia a otras, a abrir el corazón y el alma a nuevas experiencias y sobre todo a darte cuenta que el único que verdadera mente te sostiene es el Señor. Acoges lo nuevo con sus riquezas y sus pobrezas y te das cuenta que es así siempre y que el verdadero hogar está dentro de ti.
Y la vocación, la llamada no ha terminado, seguimos caminando hacia la tierra prometida donde de verdad Dios será Todo.
Descubrí el texto de Isaías “ya no te llamaran abandonada, ni a tu tierra desolada, a ti te llamaran mi favorita y a tu tierra desposada porque el señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido” Este es mi nuevo nombre, ese que tengo que vivir y que me hace descubrir el hilo conductor de una vocación. Dios nos llama allí donde sabe vamos a vivir plenamente nuestro plenitud humana y nuestra vocación al amor.